lunes, 24 de marzo de 2014

"DESDE EL ALFÉIZAR"... SE VE CADA COSA...


 Me piden que comente el libro "Desde el alféizar", de Magdalena Martín Rodríguez, y cumplo como los buenos. El resultado se publica hoy en "Sur", a quien agradezco enormemente su amabilidad conmigo.
Feliz comienzo de semana,


Desde el alféizar de Magdalena Martín Rodríguez

Antonio J. Quesada

Desde el alféizar de la ventana se ve la vida y se ve, también, la muerte. Desde el alféizar se observa lo bueno y lo menos bueno, que de todo hay en la viña del Señor; se percibe cómo pasa todo y cómo (casi) nada queda. Se atisbará, incluso, cuando toque, el propio ataúd (supongo que no hay prisa...), los ataúdes de los amigos, con toda la carga de dolor que implica, y los de los enemigos (y, como uno no abriga malos sentimientos hacia nadie, se queda como un poco más solo, sin su enemigo: como en ese tablero de ajedrez, cuando un Rey comprueba que la vida o quien sea dio jaque mate al Rey rival). El alféizar. El alféizar proporciona distancia, proporciona perspectiva: uno no es actor, es espectador medianamente inteligente.
Magdalena Martín Martínez, en su libro "Desde el alféizar", mira. Y, como apunta el siempre magistral Francisco Ruiz Noguera en su "Prólogo" (ser prologada por Francisco Ruiz Noguera: un lujo) el alféizar proporciona distancia no sólo física, sino temporal: así, Magdalena, "proustituida" en su alféizar, hurga en el tiempo perdido.
Magdalena y su espejo nos guiarán por un poemario dividido en tres partes ("Frente a los vidriales", "Los espacios dormidos" y "Versos huidizos") y culminado con un "Epílogo", una "Clausura".
En "Frente a los vidrales" Magdalena recuerda: tras los visillos, ha logrado resucitar un tiempo abriendo celosamente el cofre de todos los recuerdos que se fueron y adornando la luna con lazos de nostalgia. Nos sienta ante el espejo y no sé si da vértigo mirar, pues puede aparecer cualquier cosa (¡los espejos son tan indiscretos!). Desviamos la mirada, pues a lo mejor nunca podremos asumir nuestro autorretrato. Con "Los espacios dormidos", supimos que estaba bien eso de despertarlos de otro tiempo, y gracias a los sensuales "Versos huidizos" deshicimos el malentendido: en el fondo, dosificando su intimidad, la poeta no quería nada con nosotros aunque nos invitara a un té, porque la cortesía no está reñida con las cosas del querer. Nos tuvimos que conformar con la almohada, con la que también rescindimos el contrato y la soledad fue, entonces, como más absoluta: llenamos hasta el borde la copa "sin saber para qué / ni con quien compartirla".
Por tanto, es el momento de disfrutar de esa poesía intimista y de interiores de la que hablara Francisco Ruiz Noguera en su brillante prólogo. Y de hacerlo... desde el alféizar... de Magdalena Martín Rodríguez. Desde su brillante alféizar. Merece la pena.

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