viernes, 14 de agosto de 2015

EL SECUESTRO DE MICHEL HOUELLEBECQ

Ayer tuve ocasión de ver con calma "El secuestro de Michel Houellebecq", de la que hasta ahora sólo me habían llegado flashes. La verdad, fue un rato muy agradable. Quizás la miro con ojos tiernos, pues pertenezco a la cofradía de lectores de Michel, y ahora pueden llegar mil y una personas a acribillarme con defectos técnicos, andamios visibles de aquí y de allá expresados en inglés (que suena como más verdadero) y opiniones contrarias de alguna ilustre cabeza de alguna universidad del Medio Oeste norteamericano. Pero yo tengo que confesar que a mí me gustó chapotear en este charco, y el buen rato vivido ya no me lo quitará ni el más pintado flâneur de Berkeley con gafas de pasta (por más que sea pasta al huevo, como Dios manda).
En la película Michel Houellebecq juega a ser Michel Houellebecq, que no es poco. Hoy día ser Michel Houellebecq debe de ser algo así como ser Maradona: abrir el chiringuito cada mañana implica sostener un personaje complejo durante todo el día. En el film Michel se ríe de sí mismo, se ríe de nosotros, nos reímos con él y nos reimos todos juntos, creo yo.
Con esa risa amarga que te provoca la auténtica lucidez, claro, que no es la risa de la satisfacción boba de los mundos de Yupi: es la sonrisa triste que provoca saber que esto no tiene remedio, pero que hay que entretenerse creativamente, al menos mientras estemos por aquí.
Gracias, Michel Houellebecq, nuevamente. Merci pour tout, mon ami.


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