martes, 9 de mayo de 2017

"BLAS DE OTERO IBA AL BAÑO" (COLABORACIÓN EN "SUR")


Blas de Otero iba al baño

 

 

Antonio J. Quesada


 

Hace unos meses conmemoramos el centenario del nacimiento de Blas de Otero, un poeta imprescindible durante muchos años que, después, ha pasado por una especie de travesía del desierto poética que no sé si ha terminado completamente (aunque nadie dude de su estatura y le sigamos leyendo: Galaxia Gutenberg recopiló su Obra Completa en 2013, por ejemplo). En cualquier caso, Blas de Otero resulta un referente imprescindible. Aseguraba Valente que Otero era en sí mismo una clasificación, al margen de clasificaciones y épocas.

Cuando hablamos de Blas de Otero siempre se incide, obviamente, en su trayectoria creativa, tan sugerente (es de lo que hay que hablar), y en cómo de una poesía en la que solamente existían el yo y el tú (Dios), pasará a unos textos más abiertos, en los que descubre a sus semejantes, los hombres. De la religiosidad al existencialismo para llegar a lo social. Y descubrir que para entender el mundo no hay que mirar al cielo, de rodillas, y buscar no se sabe qué metáfora por aquellas alturas, sino a las personas que tenemos al lado: mirar a los ojos y tomar de las manos. Y recordamos libros que forman parte de nuestra educación sentimental, como Ángel fieramente humano, Redoble de conciencia (Premio Boscán), Ancia (que recoge los dos anteriores e incluye más versos), Pido la paz y la palabra… Sí: todo eso (y mucho más) es Blas de Otero. Dámaso Alonso apuntaba cierta brusquedad y aspereza en su poesía, pero era algo que no le disgustaba, frente a tantos “versos barbilampiños y, a veces, una chispita bardajillos”. La vida es áspera, ¿por qué no iba a serlo una poesía tan fieramente humana?

Pero yo quiero acercarme, en este breve trabajo, al hombre. Al poeta Blas de Otero, a esa persona que, como todo creador, tuvo que hacer frente a los acosos de la vida para poder ir haciendo, poquito a poco, su obra creativa. Contra viento y marea. En “Sherlock Holmes”, mítico poema de su último libro, “Los conjurados”, escribe el Genio Borges los siguientes versos: “Vive de un modo cómodo: en tercera persona. / No va jamás al baño…”. No podemos decir lo mismo de Blas de Otero: la vida aprieta y no cabe la posibilidad de vivir en tercera persona. No: Blas de Otero, por tanto, sí va al baño, lo vamos a comprobar. No le quedó más remedio que ir al baño más de lo que hubiese querido.

Otero, que fue niño vasco y rico con institutriz durante diez años, tuvo que hacer frente desde el principio al dilema que debe afrontar casi todo creador y casi toda persona: moverse entre la realidad y el deseo. La familia marchó a Madrid, a buscar mejores aires profesionales, y la capital será otro mundo para Blas (incluso recibirá lecciones de toreo en Las Ventas).

Los fallecimientos de su hermano mayor y de su padre determinan todo: Blas, que quería estudiar Letras, debe sustituir al hermano premuerto y optar por Derecho, que es como más seguro para todo en la vida. La manutención frente a la vocación, pues la vida aprieta. Toca volver a Bilbao, toca terminar los áridos estudios de Derecho y toca hacer cara a la vida, aunque en los paréntesis que esta concede pueda escribir versos, su vocación. Arañando horas a la vida, pues lo de los versos no toca. Entonces llega la guerra, esa cicatriz criminal, y tras la guerra, toca amoldarse no a la paz, sino a la Victoria franquista: tras la guerra empieza a trabajar como abogado en una empresa metalúrgica vizcaína, soportando la tensión que provoca esta tarea fieramente alimentaria. Está entre el clavel y la espada, más agobiado por la espada que gozador del clavel.

Mas cuando uno es un creador hace todo lo posible para que, pese a todo, pueda tener su espacio el clavel: abandona el trabajo y huye a Madrid, a estudiar Filosofía y Letras. Pero como la espada sigue pendiente, problemas familiares le hacen volver a Bilbao, dejándolo todo, y… su equilibrio termina por resentirse: una crisis depresiva le lleva a un sanatorio, a una reclusión en casa y a vivir retirado para reponerse.

De esa reclusión sale, solitario y con poemas, dispuesto a desarrollarse como creador. Y empezará a sonar en el mundillo creativo, pero siempre teniendo que asumir la manutención, esa cosa fea que hace que el creador deba estar pendiente de temas de intendencia, es decir, desagradables. Visitando el baño, por tanto. Y soportará un brutal cargo (sin descargo) de conciencia. En algún momento llegará a quemar sus poemas y a volver al Derecho, a preparar oposiciones (eso tan gris y tan estable que conlleva horario fijo, sexenios, quinquenios, trienios y ordinarieces de ese estilo). La prosa jurídica, infinitamente más segura que la literaria para tirar de una familia, porque el día a día no entiende de poesías.

En 1952 sale a París y conocerá otras realidades. Eso enriquecerá su obra, claro, porque la vida contamina, para bien, la obra: estética y ética se darán la mano. Recorre España, buscando la voz de la gente sencilla, esa tradición oral que también nutrirá su obra. Desde su vuelta de París se dedica a la poesía, aunque viva en Bilbao con su madre y la hermana mayor, que ha tomado a su cargo la responsabilidad del hogar materno (su contribución se limitará a los honorarios por conferencias, lecturas poéticas y publicaciones de aquí y de allá).

Y más andanzas: pide la paz y la palabra y se le escamotean ambas, no eran tiempos ni de paz ni de palabras. Publicará alguna cosa en Francia y verá mundo. Vivirá en Barcelona, participará en el Homenaje a Antonio Machado en Colliure en 1959, viajará por países del otro lado del telón capitalista (Unión Soviética, China o Cuba, donde vivirá cuatro años y donde sentirá el amor y el desamor, que a lo mejor todo es uno) y volverá recurrentemente a París. Porque a París siempre se vuelve, y el que lo probó lo sabe.

Retorna de Cuba con la amenaza del cáncer, ya dentro, y contra todo pronóstico sobrevive once años a esa muerte anunciada. Quizás gracias a la creación, a reencontrar el amor (que suele regalar alegría y prórroga de salud) y a volver a sus pasiones: la música, la lectura, el cine o pasear. Pocos actos oficiales, viajes para acá y para allá, visitas a su familia en Bilbao, y asistencia a un evento que no parecía entrar en el guión de la Historia de España: la muerte de Franco.

La muerte, esa malnacida a la que deseo la muerte, llega a Blas como por sorpresa, en 1979. Había cumplido sesenta y tres años. “Siempre llega la muerte antes de tiempo”, escribí en un poema razonablemente celebrado. Así es. Algunas veces llega insultantemente pronto. Con gran descortesía.

Nos queda su obra, pero a Blas de Otero, a tenor de todo lo que tuvo que vivir y sufrir, no le quedó más remedio que ir al baño en la vida. Con más frecuencia de la deseada.


(Colaboración en número 10 de la Revista "Sur": http://sur-revista-de-literatura.com/Paginas10/00AJQBdeO.pdf)

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