miércoles, 27 de septiembre de 2017

SUPERVIVENCIA



Supervivencia


Cuentan los entendidos

que

si analizáramos hoy

a Lenin,

al sonrosado Lenin que duerme y espera en la Plaza Roja,

comprobaríamos

que

no tiene entrañas

ni cerebro

ni corazón.

Para que dure (más).

Inquietantemente filosófico, el Doctor que le atendió.

               (De “El revés de la nada”, libro inédito; como casi todo)

domingo, 24 de septiembre de 2017

TEXTO DEDICADO A ANTONIO PARRA


 

Adiós

                                              A Antonio Parra (in memoriam)

Marchaste, Antonio, con discreción,

como siempre fue tu norma,

de una ciudad plena de destapados turistas

en mitad de un verano excesivo.

Agosto debería estar prohibido, ahora con más razón.

El día siguiente

vomitaron en la ciudad fuegos artificiales

para inagurar una Feria, otra,

y los jóvenes bebieron y vivieron

como es costumbre en ellos:

sin pensar en el día de mañana.

La vida siguió para los demás. ¿Ley de-bida?

Pero para quienes te quisimos nada pudo ser, ya, igual.

No.

No más charlas en italiano ni complicidades venecianas.

No más eventos compartidos ni tus posteriores crónicas.

No más elegancia, en tiempo de groserías.

No más delicadeza, en tiempo de brusquedades.

No más grandeza, en tiempo de miserias.

No más, Antonio. No más.
Desafortunadamente, ya no más.

jueves, 21 de septiembre de 2017

"MONÓLOGO". RELATO PUBLICADO EN "REFUGIOS"

Participo en el número 3 de la Revista "Refugios" con el relato "Monólogo".

https://refugiosrevistacul.wixsite.com/refugios/single-post/2017/09/14/Mon%C3%B3logo





MONÓLOGO


Antonio J. Quesada


“Decidí, / hija mía, / no traerte / porque
/ no me gustaba un pelo todo esto. /
Dos brazos menos para fregar escaleras, pensé”
(Poema “Hija mía”. Lo leí por alguna parte…
En “Poesía a instancia de parte”, para ser exactos)


Lo siento, hijo mío. Perdóname. Perdóname por todo, hijo. Lo siento en el alma, de veras.
No sabes cuánto siento, hijo mío, que todo haya salido así.
Perdón. Perdón. Perdón. Mil veces perdón.
Perdón, hijo mío. Perdón…

No está este mundo como para permitirse el lujo de ser débil, hijo mío. Te devorarán, no tengas la menor duda, porque esto funciona así. Desgraciadamente, esto funciona así.
En este mundo hay que ser fuerte, y no sólo eso: hay que ser un gran hijo de puta para ser respetado por los demás y para que no te tomen por el pito del sereno, hijo mío. Es así. Es una gran desgracia, pero es así: no se puede ser bueno, hijo. No se puede.
“Como vayas de bueno por la vida te comen por los pies”, repetía siempre mi madre. Tu abuela…

Cuando uno viene de abajo, hijo, tiene que ser consciente de que todo será más complejo para él. Cualquier paso que pretenda dar en la vida será más difícil, pues no hay alfombra roja ni manto de flores debajo de nuestros pies, como sucede con otros. No: para nosotros, el suelo es frío, hay cristales rotos, orines y puede que incluso sangres. Debemos andar con mucho cuidado, por tanto. La mano que nos ofrece alguien, si es que existe, suele buscar nuestro cuello.

¿Por qué, hijo mío? ¿Por qué nosotros? Perdona, hijo, mi desesperación: no te pido explicaciones, no. Sería absurdo: soy la causante de tu desgracia, ¿acaso puedo culparte a ti de algo? Perdona a tu madre, a veces no sabe lo que dice.
A lo mejor es que no me atrevo a hablarle directamente a ningún dios, pues no creo en ninguno, y te tomo por interlocutor válido a estos efectos, hijo. En cualquier caso, es una crueldad. Eres el destinatario menos indicado para mis frases. Lo siento.

La alegría por el nacimiento de nuestro primer hijo, por tu nacimiento, se enturbió rápidamente, hijo mío: el “imprevisto” (¡cómo nos gusta utilizar eufemismos!) hacía presagiar una vida incómoda para ti y (permíteme ser egoísta) también para los que te rodeábamos. La palabra maldita, entonces desconocida por nosotros (pues pensamos que las desgracias, como los accidentes de tráfico, siempre afectan a los demás), pasó a formar parte de nuestro diccionario familiar. Dios mío… ¿por qué nosotros?
En la habitación del hospital, en soledad, lejos de todo y de todos (no quería añadir a nadie más sufrimiento), lloré. Cuando todo pasó, lloré. En la intimidad, pues este dolor era mío. Mío y casi solo mío.
Lloré, hijo mío. Lloré mucho. Lloré como nunca había llorado hasta ese momento. Y una duda me rasgó el alma: si yo falto algún día, hijo mío, ¿quién se ocupará de ti? ¿Quién te cuidará, hijo, cuando yo no esté?
Estas cosas hay que pensarlas.

La pasión de los padres primerizos se enturbió con la nueva situación. Ahora debíamos dedicarnos en cuerpo y alma a ti, a nuestro hijo postrado en su carrito. Nunca llegarías a andar solo, hijo: tu mente sufriría un retraso mental importante y jamás podrías valerte por ti mismo. Tus padres deberían estar siempre a tu lado. No nos pesó, pero teníamos que pensar mucho más de lo normal. Si traíamos a un hermano al mundo puede que algún día nos sustituyera en ese cuidado, pero… ¿podíamos arriesgarnos a traer al mundo a otra persona que tampoco pudiera valerse por sí misma? Y si hubiéramos podido hacerlo, ¿era justo hipotecar la vida de alguien de esa manera?
No. Decidimos no traer ningún hermano, hijo. De sobra lo sabes: la vida se convirtió en algo duro, y no era justo implicar a más inocentes.
No.

Entre tu padre y yo nos multiplicamos, hijo. Nos multiplicamos para trabajar, para tener el piso decente, para cuidarte, para tenerte todo lo feliz que pudieras llegar a ser. Tu padre hizo también un gran esfuerzo, hijo, no vamos a negarle sus méritos cuando existen.
Pero la situación nos fue minando, hijo mío. La alegría se había esfumado por la ventana, así como las expectativas de futuro. ¿Qué futuro? Nuestro talante intentaba ser el mejor, pero… la profunda tristeza interior que nos invadía se adueñaba de nuestra alma.

“…En la crónica de sucesos, hoy tenemos que contarles un acontecimiento muy triste. El cuerpo sin vida de S. M. P. ha sido encontrado en su casa, en el barrio del Polvorín, de nuestra ciudad, tendido en su cama, sin aparentes indicios de violencia. Además, también estaba, en la misma estancia, el cadáver de su hijo, de diez años de edad, enfermo de … . Las primeras investigaciones apuntan a que la madre se ha suicidado por medio de una ingestión de medicamentos, mientras que antes de hacerlo mató a su hijo por asfixia.
Según han informado fuentes de la investigación, la suicida ha dejado unas hojas manuscritas que, quizás, puedan arrojar algo de luz acerca de los móviles del suceso, aunque todo esto no se puede conocer de momento. El padre del menor y ex-marido de la fallecida se personó en el domicilio de la fallecida y se ha mostrado destrozado por este desenlace, que no esperaba, según ha declarado. Seguiremos informando acerca de este luctuoso suceso.
Por último, pasando a los deportes, el Atlético de Madrid ganó anoche la Supercopa de Europa tras vencer al Inter de Milán por dos goles a cero, en Mónaco. Los goles de Reyes y “Kun” Agüero permitieron al campeón de la Europa League imponerse al campeón de la Champions. Tras este resultado, el Inter ya no podrá igualar al Barcelona de Guardiola en número de títulos ganados en una misma temporada.
Esto es todo, queridos oyentes, las noticias volverán aquí dentro de media hora. Buenos días”.
(Extraído del boletín de noticias de una cadena local de radio).

Tú ibas creciendo, hijo mío, y necesitando cada vez cuidados más específicos. ¿Recuerdas el coche adaptado que compramos? ¡Cómo encareció la compra, qué de números hubo que hacer! ¿Recuerdas tu carrito para pasear? Afortunadamente, desde la Asociación nos ayudaban mucho, y nos permitían compartir vivencias con personas que estaban en situación parecida a la nuestra.
Pero lo que era un beneficio también pasó a convertirse en fuente de dolor: allí tu padre y yo conocimos a la madre de Raquel. ¿Recuerdas a Raquel, verdad, hijo? ¿Aquella niña rubita de ojitos tan azules, pobrecita? ¿Y a su madre? Qué doloroso es todo, hijo mío. Qué doloroso es, incluso, recordar el dolor.
La madre de Raquel: aquella divorciada tan guapa de la que se acabó enamorando tu padre. Ese día que jamás olvidaré tu padre me confesó que ya no me amaba, que quería divorciarse de mí para iniciar una nueva vida junto a ella. Mi mundo, mi pequeño mundo, nuestro pequeño mundo, se vino abajo del todo. Que el hijo era de ambos, que no me preocupara por eso, pero… que necesitaba vivir.
Mi vida social era, ya entonces, nula: mi vida era mi trabajo, tu padre y cuidar de ti, pues habías cambiado nuestras vidas total y absolutamente. Pero ahora tu padre se sentía renacer. Incluso parecía más joven.
No me malinterpretes: tu padre no se desentendió de ti, pero si se fue de casa era lógico que se desentendiera un poco. En cualquier caso, hijo, no le tengas odio: tu padre siempre ha sido bueno contigo. Que no lo haya sido conmigo es algo entre él y yo, tú no tienes nada que reprocharle. O casi nada.

Sola, sin nadie en la vida, sin más ayuda que la de la Asociación, la casa se me caía encima, hijo mío. Cada mañana sentía la esperanza de que ese día cambiase todo para mejor: siempre tiene uno esperanzas, es humano. Dejarte en el colegio, jornada laboral, comida veloz, vuelta y fin de la jornada de trabajo, recogerte del colegio, posible paseo por el parque y… cuando llegábamos a casa, enclaustramiento hasta el día siguiente. Raro era el día en que podíamos pasear con gusto, hijo mío, pues el tiempo aquí acompaña poco, y ya sé lo que te molesta la lluvia. Pero hice lo que pude, hijo mío. Hice lo que pude. Cada día en el que un rayito de sol te localizaba te sentía renacer.
¡Cómo te gustaba el sol, hijo! ¿Recuerdas, el sol, qué bonito era pasear con sol? Tú no podías expresarlo, hijo mío, pero… ¡cómo te gustaba que te sacase a pasear por los jardines o por el campo cuando había sol! ¡Cómo disfrutabas! Aunque no pudieras expresarte, yo lo sabía: volvías más feliz.
Pero no todos los días era domingo, hijo mío. No todos los días. Bien lo sabes.

Un día. Otro día. Otro día. Otro día. Otro día. Otro día. Un domingo: paseo por el campo o paseo largo por algún jardín. En el mejor de los casos.
Un día. Otro día. Otro día. Otro día. Otro día. Otro día. Un domingo: paseo por el campo o paseo largo por algún jardín. En el mejor de los casos.
Una semana. Otra semana. Otra semana. Otra semana. Un mes...
Otro mes. Otro mes. Otro mes…
Un año…
Esto no tiene salida, hijo mío. Esto no tiene salida.

Lo siento, hijo mío. Perdóname. Perdóname por todo, hijo. Lo siento en el alma, de veras.
No sabes cuánto siento, hijo mío, que todo haya salido así.
Perdón. Perdón. Perdón. Mil veces perdón.
Perdón, hijo mío. Perdón…
Perdón por haberte traído a este infierno. Perdón de corazón, hijo mío.
Perdón.

martes, 12 de septiembre de 2017

"EL PRIMER HOMBRE" DE ALBERT CAMUS

¿TODAS LAS HISTORIAS LA HISTORIA? NO

Hace mucho tiempo, demasiado ya, que no creo en la Historia. Mucho menos en la que intentan colarme, escrita con mayúsculas y cargada de himnos, banderas, ofrendas florales en fechas señaladas y no sé qué más (además te la cuentan intentando redimirte de algo). Soy más de Brassens, claro, y de la Literatura. Creo en las historias, con minúsculas y en plural.
Y tiendo a apasionarme, además, con aquellas historias que me interesan. La de mi admirado Albert Camus, por ejemplo, es una de ellas. Vuelvo, en estos días en los que veo demasiadas banderas por todas partes, a "El primer hombre", el manuscrito que acompañaba a Camus aquel fatidico 4 de enero de 1960.
Y metiendo la nariz en el apasionante libro, y adentrándome en la historia de Albert, soy muy feliz. Me pierdo el telediario, las tertulias de televisión, los desgastantes y embrutecedores debates en las redes sociales y, de paso, gozo y valoro más a Albert Camus.

sábado, 9 de septiembre de 2017

DESCONEXIONES



Unas reflexiones, ara que no tinc vint anys, que pensé que se podrían publicar en un Diario de tirada nacional. Iluso de mí.
Se las regalo a mi mejor editor. Al único al que no tengo que hacer la pelota, ni acceder a él tras buscar contactos para que me recomienden. A mí mismo. A mi blog.



La desconexión sentimental, o una habitación para dos, si ya no nos queremos

demasiado

 

 

Antonio J. Quesada

Profesor de Derecho Civil

Universidad de Málaga

 

 

España tiene un problema (político) y necesita ir al psiquiatra. El primer paso para comenzar a resolver cualquier problema es reconocer su existencia, pues de lo contrario empezamos mal. Esto está al alcance no solamente de cualquier psicólogo, sino también de cualquier enfermo con arrebatos de lucidez. “No, si yo controlo, esto no es un problema, cuando quiera lo dejo”, nos confiesa el adicto a no sé qué droga, alcohol, tabaco o a lo que sea que genere adicción, con los ojos como platos, movimientos espasmódicos y sudando a mares. ¿Resulta creíble? ¿Seguro que estamos bien?

España como problema. Catalunya como problema. Parezco un legatario de la Generación del 98 venido a menos y pasado por la thermomix de los tiempos de la posverdad, que es como aludir a los tiempos del cólera pero en posmoderno. España sufre un grave problema político territorial que, como no se ha solucionado, ha acabado convirtiéndose en un previsible problema jurídico. Y en estos días inciertos asistimos a una inevitable obra de teatro que, si no fuera tan dramática, aburriría hasta als cargols: los diálogos de los protagonistas son tan previsibles que casi parecen estereotipos, y eso no beneficia a la musculatura narrativa del guión. Por un lado, las autoridades catalanas y una considerable parte del pueblo catalán, que se levantan contra las leyes del Estado en una huida colectiva hacia adelante, asegurando que las suyas son mejores, como más fetén, se envuelven en la senyera (oficial u oficiosa) y, abrigaditos, juegan al independentismo canónico e irredento. Por otra parte, las autoridades del Estado y otra buena parte del pueblo, catalán y español, que proponen lo único que se puede proponer en el punto en que estamos: aplicar la Ley. Esto no es ningún proyecto más allá del normal desarrollo del Estado de Derecho, por lo que no es solución política ilusionante. Ley, Ley y más Ley. Autoridades para las que, si hay algo sagrado en este valle de lágrimas, no es el Estado social ni el libre desarrollo de la personalidad, sino la unidad de la Patria. Hasta ahí podíamos llegar: “antes roja que rota”, decían en otros tiempos. 

Un problema tan grave como el que sobrellevamos tratado como si fuese una final de la Copa del Rey de fútbol, con muchas cabezas que embisten y pocas que piensan (ya nos lo enseñó Antonio Machado). El independentismo, como el nacionalismo, es una postura muy legítima (tanto, al menos, como las concepciones contrarias), siempre que se respete el ordenamiento jurídico de un Estado democrático. Lo contrario sería huir hacia ninguna parte y a velocidad de crucero: pretender que brille la legalidad desde la ilegalidad. Complejo. Me recuerda esto a aquellas entrañables películas italianas de Vittorio de Sica y de Pietro Germi, en las que el matrimonio all’italiana se basaba en el engaño y el divorzio all’italiana en el asesinato de la esposa. Malament, tú.

Y al margen de este espectáculo teatral tan previsible estamos asistiendo a las consecuencias sociopolíticas que, por desgracia, pueden asociarse a un proceso como el que se vive en un país como el nuestro: la inevitable polarización, con listas negras, rebaños gritones que insultan a rebaños menos gritones, sean los que sean, gentes que defienden a los suyos a la legionaria, “con razón o sin ella”, guerras de banderas, vuelos gallináceos de diversos pelajes y la democracia que acaba saliendo por la ventana como el gas cuando uno abre una botella de champán (perdón, de cava).  No hay que vivir en una sociedad totalitaria para tener una mentalidad totalitaria, nos lo enseñó Orwell hace tiempo. Cuidado.

“¿Qué hacer?”, se planteó Lenin alguna vez, hace mucho de aquello. “¿Qué hacer?”, nos podemos plantear nosotros ahora. Jurídicamente no hay debate: el Estado tiene la legitimidad para hacer lo que hace (y podría llegar más lejos). Con todas las bendiciones legales democráticas. Pero políticamente sí tengo más dudas: hay un problema, sí, aunque algunos no quieren verlo, y debemos solucionarlo si no queremos que la herida siga abierta, caiga sal y se produzca una desconexión, ya que no jurídica, sí sentimental, emocional, y al cien por cien. “No me dejáis partir, ¿verdad? Pues ahora me vais a aguantar”. Para quien simplemente se plantea vencer, el problema está resuelto: quien prefiere convencer lo tiene mucho más complejo.

Personalmente tenemos una inquietud: ¿seremos capaces de reconducir emocional y jurídicamente todo para ser capaces de estar cómodos en este Estado o nos sucederá lo que de algún modo planteaba el gran Jaime Gil de Biedma en aquel mítico poema, y ocuparemos una habitación para dos, aunque ya no nos queramos demasiado? Cuidado: “No hay nada tan dulce como una habitación / para dos”, aseguraba el inolvidable texto poético. Correcto. Pero, ¡ay, si no nos queremos demasiado, a ver cómo sobrevivimos en esa habitación! Qué incomodidad, ¿verdad?

Temo a la desconexión sentimental: temo a la habitación, porque intuyo que, cuando termine la función, podamos no querernos demasiado.