martes, 21 de noviembre de 2017

SOBRE "LOLITA", EN MANUAL DE USO CULTURAL

"Manual de Uso Cultural" (número 35, octubre/noviembre 2017) publica un trabajito que escribí sobre "Lolita", de Vladimir Nabokov. Un placer que agradezco. Es el que sigue.






VLADIMIR: NO ME LLAMES LOLITA, LLÁMAME LOLA



Antonio J. Quesada




Siento una especial complicidad natural hacia Vladimir Nabokov. Quizás porque le percibo como una especie de hombre-metáfora, por su ser y su estar, y eso me alía con él de modo innato. Alguien trilingüe desde que nació (inglés-ruso-francés) que huye de Rusia por miedo a unos, de Europa por miedo a otros y, tras diversas andanzas en Alemania, Francia e Inglaterra, acaba en Norteamérica para morir en Suiza (sitio civilizado donde los haya, para vivir y para morir) tiene, de entrada, mi simpatía. Siento simpatía por ese viajero-metáfora que huye: si Manuel Vázquez Montalbán nos enseñó que los bilingües eran mejores, pues tenían dos posibilidades de silencio, Vladimir iba más lejos y tenía tres.


Sin entrar en su faceta de entomólogo (más relevante de lo que pudiera pensarse), de Vladimir atrae su potencia creativa y esa posibilidad de escribir en varias lenguas, de traducir e, incluso, de traducirse: no sé si en las Facultades de Traducción estudian aquello de que traducir era algo así como un lento viaje nocturno de un pueblo a otro portando solamente una vela para iluminarse, pero deberían hacerlo.


No nos dispersemos, y centrémonos en “Lolita”, ese mítico texto con el que muchos nos iniciamos en el interés por Nabokov y, con el tiempo, seguiríamos profundizando en su gran obra con pasión (además de releer “Lolita” periódicamente, disfrutar con la magnífica película de Kubrick y ser consciente de que años después se haría una segunda versión bastante menos interesante, pese a Jeremy Irons). Publicada en 1951, a pesar de la innegable inspiración europea (magma parisino y lectura del texto homónimo de Heinz von Lichberg), no se puede negar el tono fieramente norteamericano del libro (viajes en carretera, moteles de medio pelo, westerns, músicas…). Resulta curioso cómo un ruso viajado como Vladimir dedicaba su tiempo a perseguir mariposas, americanizarse y, a la vez, escribir textos inolvidables como “Lolita”. Admirable: que venga un ruso a hacer un libro tan furiosamente norteamericano, con permiso de Kerouac, Mailer, Capote y tantos otros.


Vera salvó a “Lolita” de las llamas reales, aunque en llamas metafóricas viviría siempre debido a la temática, y es que eso de las niñas presuntamente perversas puede traernos consecuencias de todo tipo (no estamos ante Beatrice, que tenía entidad propia, sino ante la proyección mental perversa de un señor maduro, y a esto le pueden poner nombre en el Código penal y con razón). George Weidenfeld, otro personaje mestizo (es maravilloso, esto del mestizaje) se atrevió a publicarla y… ahí seguimos: disfrutando y escandalizándonos. Escritores, filósofos y todo tipo de pensadores han realizado sesudos análisis del libro, incidiendo en cómo nos enfrentamos a nuestros deseos más secretos, a nuestras obsesiones más inconfesables y cómo resulta complejo salir indemne de este tipo de batallas. “Un divertidísimo libro de anagramas” apuntó Auden, y al coro de admiradores podemos añadir a Graham Greene, Muñoz Molina, Vargas Llosa, etc. Hoy día es imposible no disfrutar del libro pero, a la vez, plantearnos: ¿es delito disfrutar de este inmortal texto sobre tema tan escabroso?


Y en eso, claro, llegamos a un debate claramente jurídico, en el que no entraré: los límites del derecho a la creación. ¿Existen límites para un creador, o el creador es Dios todopoderoso? ¿Dónde están esos límites, quién los fija? Si se traspasan presuntos límites en la obra creativa, ¿qué hacemos? ¿Le ponemos un calzoncillo al “David” de Miguel Ángel, por ejemplo? ¿Pintamos unas braguitas a la Venus del Espejo, para que nadie nos llame machistas? ¿Depilamos a la protagonista del mítico origen del mundo de Courbet y la tapamos bien tapada? ¿Colocamos un wonderbra a la Venus de Milo? ¿Juzgamos de nuevo a Pasolini, por lo que sea, da igual, pues siempre rondaba el escándalo, por tierra, mar y aire? ¿Qué hacer? ¿Quién hace?


Seguramente hoy Lolita, que era bastante inteligente, recomendaría a su creador, para evitar más problemas: “Vladimir, no me llames Lolita llámame Lola”.

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